Botellitas de colores y la reinvención del ladrillo.

Plástico, contaminación, reciclado, tóxico, sustentable, medio ambiente, energías renovables. Así podría seguir varios renglones más. Estos términos cada vez son más frecuentes en noticias, en discursos políticos, en declaraciones de empresarios, en proyectos de investigación y charlas cotidianas. Existen señales claras -y a esta altura indiscutibles- del impacto de nuestro estilo de vida en el medio ambiente. Sólo por dar un ejemplo entre miles: se estima que ocho millones de toneladas de plástico terminan en el océano cada año. Existe una connotación valorativa colectiva sobre cada uno de los términos que mencioné anteriormente, pero quizás poca gente podría dar una explicación medianamente acertada de qué significa realmente cada uno y qué lugar ocupamos nosotros en ese marco. Hay entonces, algo muy serio que deberíamos atender y del otro lado hay una especie de construcción, de consenso emotivo que parece apelar más a las formas que a los contenidos y que atraviesa política, medios e incluso ámbitos científicos. Llámenle posverdad, mentira, o como quieran.

Lo que sigue ahora es entonces un ejemplo entre cientos. Un ejemplo de cómo algunas cosas sin el más mínimo contenido se escurren en el imaginario popular bajo el nombre de “ecológico”, “sustentable” e “innovador”. En este caso me voy a referir a los “ecoladrillos”. Una moda creciente que pretende vender un método para fabricar "ladrillos" y "limpiar" el medio ambiente de botellas de gaseosas y otros plásticos. 

El ladrillo tiene unos 10.000 años de historia más que la mismísima pólvora. A veces cuesta desmentir lo obvio, o lo ridículo. Es más fácil demostrar que la velocidad en caída libre no depende de la masa, que demostrar que una cama no es un auto. Pero intentaremos, de todas formas, analizar esta "reinvención" con objetividad.

Antes que nada, y apelando justamente a los contenidos, voy a introducir un pequeño concepto vital para entender la relación del plástico con el famoso reciclado. El universo de los plásticos se puede dividir en dos grandes mundos según su relación con la temperatura: los termoplásticos y los termorrígidos. Los plásticos termorrígidos son básicamente aquellos que no pueden fundirse con un aumento de temperatura. Sometidos a una temperatura suficiente, simplemente se degradan o se queman.  Ejemplos cotidianos: neumáticos, baquelita (la típica manija de cacerola), espumas de poliuretano termorrigido (por ejemplo esponjas), resinas epoxy, etc. Por otro lado, los termoplásticos sí pueden fundirse. Ejemplos cotidianos de este tipo de materiales: polietileno (bolsas de súper, algunas tapas de botellas de agua, envases de lavandina, cajones de pescado, etc), polipropileno (miles de piezas de todo tipo incluyendo a las tapitas de gaseosa) y entre muchos otros termoplásticos más como la poliamida o Nylon, el poliestireno, el ABS, y muchos más, está el famoso “polyethylene terephthalate” o PET.

Respecto al reciclado, el proceso más común es el reciclado mecánico, que básicamente consiste en limpiar, moler y “derretir” nuevamente el plástico para ser usado como materia prima en un nuevo producto. Está claro entonces, que los materiales termoplásticos (“derretibles”) son mucho más fáciles de reciclar que los otros. El PET no sólo es relativamente fácil de reciclar sino que debe ser uno de los materiales plásticos con más mercado en el mundo del reciclado. En Mar del Plata, el 21,5% (en peso) del total de materiales que la planta CURA recupera y revende a plantas de reciclado es PET [1]. Esta tendencia es mundial [2,3]. Y esto es un dato. CURA como tantos otros acopiadores de la ciudad y el mundo, funciona porque lo que recupera tiene un mercado. Porque a alguien le sirve comprarlo y reciclarlo. Es decir, ya podría tener un lugar más interesante que el predio de disposición final de residuos si hubiera políticas integrales de residuos bien implementadas. En el siguiente cuadro, se muestra de arriba a abajo y de izquierda a derecha el camino en el reciclado de PET en orden ascendente de “refinamiento” con su respectivo precio.

Precios de sub-productos de PET reciclado. En el caso de los cuadros 3 y 4 los precios figuran en dólares, básicamente porque están dolarizados. Las empresas consultadas [4] dan su precio en dólares. Los productos de los cuadros 1 y 2, son precios en pesos convertidos a dólares con fines comparativos. Sin embargo, al ver registros desde el 2014, convertidos a dólar su variación es mínima.


En resumen, las botellas usadas las compra un acopio; el acopio las selecciona, las enfarda y la transporta a la planta recicladora. La planta de reciclado, muele las botellas y las convierte en escamas que luego de un proceso de lavado y secado están listas para vender o usar. Estas escamas se “pelletizan”, es decir, se “derriten” a través de una extrusora que a su vez filtra posibles impurezas restantes y le da una forma uniforme que a simple vista es igual que el material en estado virgen. El eslabón final de toda esta cadena es diverso. Esta materia prima se usa para hacer todo tipo de productos: desde nuevos envases hasta fibras para telas. Conociendo un poco la cadena de reciclado "tradicional" de PET, analicemos ahora las dos versiones de "ladrillos ecológicos" más difundidas y qué tan "ecológicos" y "ladrillos" son. Los llamaremos “ecoladrillos” y “ecobloques” para diferenciarlos. 

Versión 1: Ecoladrillos (Ecobricks)


Esta versión es la que menos se parece a un ladrillo. Hay campañas internacionales que difunden su método de producción, su uso y sus supuestos beneficios. El ecoladrillo básicamente es una botella de PET rellena con films y bolsitas de todo tipo que deben compactarse con una varilla hasta que el peso del “ecoladrillo” sea de aproximadamente medio kilo para una botella de 1500ml [5,6]. La Global Ecobrick Alliance [5] está repleta de fotos que apelan a “lo comunitario”: gente de diversas edades y culturas alrededor del mundo trabajando en forma conjunta para “limpiar el mundo y construir”. El “ecoladrillo” tendría entonces estas dos funciones. Intentemos analizarlas objetivamente.

Según la “Global Ecobrick Alliance” con un “un poco de imaginación los ecoladrillos pueden ser usados casi para cualquier cosa”. La afirmación es sumamente ambigua y la documentación muy poco rigurosa. Si nos basamos en la guía “The Vision Ecobricks Construction Guide” [7], una de las primeras advertencias es no usar los “ecoladrillos” con cemento. Esto ya aleja un poco al “ecoladrillo” del concepto actual de “ladrillo”. Sin embargo, propone otros usos, por ejemplo en combinación con adobe para construir paredes bajas, estilo cerca, en espacios abiertos. Esta aplicación es sumamente limitada e intuitivamente parece no cumplir requisitos estructurales mínimos. 

Intentando no caer en prejuicios, busqué algún trabajo que investigue el tema. Encontré un sólo trabajo en una revista con referato [8], es del 2014 y asegura ser el primer estudio de caracterización mecánica sobre “ecoladrillos”. El trabajo a mi gusto deja muchísimo que desear. En primer lugar porque no evalúa la integridad de una pared construida con "ecoladrillos" sino “ecoladrillos” aislados. Esto es muy limitado, dado que las características mecánicas de la pared no dependen sólo de las características mecánicas del “ecoladrillo”, sino que hay muchas otras cosas que influyen, como por ejemplo, qué tan bien se "pega" una botella de plástico con el adobe o qué tal bueno es apilar algo tan poco apilable como un cilindro. En segundo lugar, la evaluación estructural que hacen del "ecoladrillo" no dice absolutamente nada. Uno de los ensayos destructivos más conocidos en el mundo de la ingeniería es el ensayo de compresión. Consiste básicamente en medir la carga máxima que puede resistir, por ejemplo un ladrillo, hasta el punto de rotura. Ese mismo ensayo es el que realizaron en este trabajo sobre ecoladrillos. Pero claro, el “ecoladrillo” se comprime casi por completo sin “romperse”. La carga máxima la registran entonces en el punto donde el “ecoladrillo” está completamente aplastado. Textualmente escriben: “La falla no se completa, dado que, la muestra queda sustancialmente deformada pero no fracturada”. No sólo están comparando peras con bulones, sino que cometen un error muy serio y a la vez muy común que es confundir el concepto de falla. Que algo falle no significa necesariamente que algo se rompa. Por ejemplo, podríamos pensar con ese criterio que a la silla común de madera con cuatro patas sobre la que estamos sentados sería mejor hacerla de goma de caucho. Seguramente sea muy difícil romper esa silla hipotética en un uso común. Eso no significa que no falle. La silla fallaría, básicamente porque se deformaría más de lo necesario y no serviría como silla. En definitiva, a nadie se le ocurriría tampoco usar un “ecoladrillo” como “portante de carga” con los resultados estructurales que este mismo trabajo expone.

La Ecobricks Construction Guide propone también construir “módulos”. Los “módulos” son básicamente “ecoladrillos” pegados entre sí para formar figuras geométricas como haxágonos. ¿Qué hacer con eso? Según ellos podés hacer lo que sea, la “imaginación” es el límite. A todo esto, existe un mapa de la propia  “Global Ecobrick Alliance” que da muestra de la demanda de este "gran producto".

Los alfileres verdes significan “necesitamos ecoladrillos”, los rosa “compartimos ecoladrillos” y los naranja “estamos bien de ecoladrillos por nuestra cuenta”. No me puse a contar los alfileres de este mapa, pero podríamos decir que la cantidad de gente que necesita ecoladrillos es ridículamente baja respecto los que lo “donan” o “no lo necesitan”. 

Una de las formas más sensatas que proponen es su uso como aislante térmico en paredes. Perfecto, pero en este punto sería interesante hablar de costos. Tanto en el trabajo anterior, como en la página oficial de ecobricks, como en casi todos los blogs, se habla de que los "ecoladrillos" no tienen costo. Esto no sólo esto es falso, sino que cuestan más que un ladrillo común. Tanto en el trabajo que mencioné anteriormente [8] como en algunos blogs [9] aseguran que hacer un ecoladrillo lleva alrededor de una hora. Si tuviéramos que pagarle a alguien para llenar estas botellas con bolsitas compactadas, le deberíamos pagar u$s 1,5 por unidad si quisiéramos al menos pagarle un salario mínimo en Argentina. Si pretendemos un costo nulo, estamos fomentando la esclavitud directamente. Si pretendemos que cueste al menos, lo que cuesta un ladrillo común (unos u$s 0,3) estamos hablando de precarización laboral, como mínimo. Y si pretendemos abastecernos de algo que no sirve para nada en base a la solidaridad y el tiempo de cientos de personas, directamente hablamos de ridiculez o de locura. 

Pensemos cuál es el aporte a la ecología. Hay una afirmación muy cierta y es que muchos films no tienen ningún lugar en el mercado de reciclado. Por ejemplo, hay una discusión muy grande respecto a los films multicapa (envases de papas fritas por ejemplo) [10]. Eso no significa que lo mejor que podemos hacer es “esconderlos” dentro de una botella que no sirve para nada. Básicamente y entre otras cosas, porque estamos anulando casi por completo la reciclabilidad de cosas que a priori son reciclables como por ejemplo la botella de PET o algunos films. Una vez combinadas esas cosas en un “ecoladrillo”, pierden su valor en el circuito de reciclado. Hay algunas alternativas para tratar estos films no reciclables. No son alternativas óptimas, pocas cosas lo son, pero han demostrado ser bastante eficientes. Un ejemplo es la recuperación energética: básicamente quemarlos en condiciones controladas para evitar emisiones contaminantes y aprovechar su valor energético.

Digamos que no hay nada que demuestre que una botella rellena de bolsitas sea un ladrillo, ni que ayude a la ecología. ¿Puedo hacer una casa con eso? Posiblemente sí, de una manera sumamente ineficiente. Es como intentar hacer un auto con una cama. Si le pongo cuatro ruedas y un motor quizás se parezca a un auto. Pero hay muchas razones para pensar que no lo es y que no tiene ningún sentido hacerlo. 

Versión 2: Ecobloques




Para diferenciarlos de los anteriores, llamémosle “ecobloques”. Una de las fundaciones más conocidas que los fabrican es Ecoinclusión [11]. Si buscan a esta fundación en internet van a encontrar todo tipo de noticias en los diarios de mayor tirada del país: La Nación, Infobae, Clarín, etc [12,13,14]. Su popularidad explotó cuando Google los premió en el año 2017 con u$s600.000 en el Desafío Google.org, pero sobre este punto haré una breve reflexión al final. El "ecobloque" es básicamente un bloque de hormigón que usa PET como árido. La típica mezcla de cemento con PET molido. Este producto al que varios artículos periodísticos catalogan de innovador, tiene muchos años. La primera vez que escuché sobre esto, todavía era estudiante. Sería el año 2006 cuando varios compañeros y yo compramos esta "vieja innovación". Nos involucramos entonces activamente para producirlos en barrios periféricos de Mar del Plata. Si bien esa fue la puerta de entrada a una participación social y política riquísima, la verdad es que los “ecobloques” quedaron atrás a los pocos meses. Bastaba un mínimo rigor técnico y contable para descartarlos para siempre como ladrillos y como ecológicos. Hoy, año 2019, se sigue catalogando de innovadora una idea que no pudo instalarse por razones muy obvias y que voy a detallar a continuación.

Empecemos por los costos. Ecoinclusión afirma que se usan al rededor de 1,2kg de PET [11,15] para fabricar un “ecobloque” de 6x13x26 (cm). Si miramos en el cuadro de costos de PET en sus diversas formas, sólo el PET molido y limpio tendría un precio en el mercado de entre u$s1 y u$s1,3. Está claro que a esto hay que sumarle muchos más costos: cemento, arena, mano de obra, transporte, mantenimiento de máquinas, servicios, etc. Pero bueno, regalemos todo eso. Con ese dinero, compramos (casi) dos bloques de hormigón de verdad, tres ladrillos huecos o unos 5 ladrillos comunes. Si ni siquiera trituramos las botellas, sólo las acopiamos y las compactamos, compramos unos tres ladrillos comunes. Si sólo nos limitamos a venderlas como les llegan a la gente de Ecoinclusión compramos más de dos ladrillos comunes. Que alguien me explique el sentido de todo esto. 

Si nos preguntamos sobre la calidad de estos ladrillos, digamos que este “ecobloque” es un material compuesto cuya matriz es cemento y su “refuerzo” es el PET. En materiales compuestos la resistencia interfacial entre matriz y refuerzo o que tan buena es su “adhesión” es fundamental. Sólo hace falta hacer el experimento mental de pensar qué puede pasar si echamos cemento fresco sobre una lámina de PET. La adhesión es de hecho tan mala, que el PET no sólo no refuerza sino que deteriora -respecto a un concreto tradicional-. Reduce la resistencia a la compresión y la resistencia específica a casi la mitad, reduce el módulo elástico, aumenta la permeabilidad de agua, la contracción y el contenido de aire [16,17,18]. 

Para concluir. La idea de los “ecobloques” es producir ladrillos de peor calidad que los tradicionales, a un costo mayor y anulando la reciclabilidad de plásticos potencialmente reciclables. Pero acá hay cuestiones que van más allá de esta obvia evaluación técnica y económica. Los “ecobloques” creo que son un caso sumamente simbólico respecto al lugar que ocupan estos castillos de naipes en los medios de comunicación, las agendas políticas y el imaginario popular de “ecología”, “sustentabilidad”, etc. Paso a hacer una humilde reflexión.

Reflexión final

El impacto negativo de la sociedad actual sobre el medio ambiente es una realidad que más allá de qué tan bien se la atienda, no pasa desapercibida para nadie.  La discusión es por ejemplo una prioridad en la agenda del programa “Horizon 2020” [21] de la Unión Europea. En este marco se tomaron muchas medidas que restringen de forma muy estricta la utilización de ciertos plásticos, el porcentaje obligatorio de plásticos reciclados en el procesamiento de piezas, mayores controles sobre las plantas de reciclado, etc. La idea no es caer en una perspectiva eurocentrista, pero es interesante ver cómo una política social, científica y productiva sostenida a largo plazo influyen en ciertos indicadores. A modo de ejemplo, en Austria el porcentaje de desechos que termina enterrado en un predio es el %4 del total, mientras que en países con menos políticas públicas al respecto, como EEUU (%54) o Chile (99%) es mucho mayor [22]. Esto no significa que nuestra estrategia respecto debería ser exactamente la misma. Pero sí sería interesante discutirla en base a hechos y a su impacto real, no a “sensaciones”. Por supuesto, sigue pendiente también otra discusión más profunda respecto a los medios de producción, los hábitos de consumo y el estilo de vida a la que dicho sea de paso, ningún "ecoladrillo" ni se le arrima.



El problema no está entonces en qué hace cada cual con las botellas viejas que tiene en su casa o si organiza una colecta en el barrio para hacer “ecoladrillos” o “ecobloques”. El problema está cuando estas ideas llegan a ámbitos públicos de toma de decisiones. Vamos entonces a la famosa organización Ecoinclusión, que ganó un premio de u$s600.000 en el Desafío Google 2017. Como hice referencia anteriormente, creo que el proyecto no resiste el menor análisis. La cuestión que debería llamar la atención es que Google no es un conjunto de gente inocente que no tiene rigor técnico para ejecutar proyectos innovadores. Google revolucionó Internet, el manejo de datos, está en la carrera por la llamada “supremacía cuántica” entre cientos de productos que existen, que se usan, que funcionan y que verdaderamente revolucionaron el mercado y la forma de vivir. Ahora, yo no creo que Google haya evaluado el destino de sus inversiones en I+D preguntándole a Shakira, Diego Luna o Rigoberta Menchu. ¿Y por qué, entonces, toman exactamente a este repertorio como jurado en sus desafíos Google? Es muy simple, porque no les interesa el rigor técnico de las propuestas que compiten, sino que tan bueno es su impacto en la opinión pública. 



Diría que hasta acá el problema no es mucho. Google le paga u$s600.000 a un grupo de chicos con muy buena voluntad. Me parece perfecto. El problema es que el entramado es mucho más complejo y afecta a las políticas públicas y científicas. En este caso puntual se afectó ni más ni menos que al CONICET. Si se buscan -justamente en google- los términos “conicet ecoinclusión” aparecen decenas de artículos con autoridades firmando convenios y titulares con términos infaltables: "innovación", "tecnología", "ecología", etc. No hace falta hacer mención al prestigio del CONICET. No hace falta tampoco aclarar que está repleto de gente talentosa que con capacidad de abordar estos temas con seriedad y de autoridades que saben muy bien lo que firman. Pero evidentemente, hay un sistema -un sistema a escala global- que alimenta estos mecanismos de “mentira colectiva”, cuyos costos terminan siendo altísimos. Y acá va una humilde opinión: si hay un lugar estratégico que deberían ocupar estas instituciones en estos tiempos de las formas por sobre los contenidos, es ser un faro que promueva exactamente lo contrario. Está claro que es difícil mantenerse al margen de esta tendencia -incluso teniendo las mejores intenciones- cuando hasta los mismos criterios de evaluación la promueven. Pero sería interesante, al menos, abrir la discusión. No queda bien ver estas instituciones como una plataforma publicitaria barata para Google, sobre todo porque la "rentabilidad" queda circunscrita a muy pocos: a Google le viene perfecta la filantropía con temas sensibles, a Macri y Bergman les viene perfecta la foto [23,24], a los medios les resulta rentable publicar este tipo de artículos y a cualquiera le vienen bien u$s600.000. Y listo, se cierra el círculo. El problema, es que pierde el pueblo, pierde la gente que hace ciencia, pierde un tema urgente como es el tratamiento de residuos y pierde incluso gente dispuesta y con ambiciones como seguramente son los propios chicos de Ecoinclusion.

Es interesante ver en este punto, cómo los propios medios que supieron mofarse y juzgar  investigaciones -en general investigaciones sociales- sólo por el título y sin importar su calidad, son los que aplauden sin chistar un castillo de naipes como los “ecoladrillos”. Son también los que pretenden instalar esa infame división entre ciencia “útil” e “inútil”, cuando la división debería ser entre ciencia bien hecha y mal hecha. Que exista una política científico-tecnológica que dé prioridad a ciertas líneas, es otra cosa. Pero justamente, el ejemplo del “ecoladrillo” es excelente para ver cómo algo aparentemente "útil" y "estratégico" no necesariamente es algo de buena calidad. Los temas de sustentabilidad, ecología, medio ambiente, etc. deberían democratizarse en el sentido más profundo: participación activa de todos los actores involucrados asumiendo sus respectivas responsabilidades. Desde los aspectos más técnicos hasta aquellas discusiones urgentes sobre hábitos de consumo, estilo de vida, diseño de políticas ambientales, etc. Este abordaje “emotivo” cierra discusiones y evita obligaciones. No se entiende, por ejemplo en este caso, cuáles serían los niveles de responsabilidad para responder frente a la fabricación de un ladrillo más costoso, de peor calidad y que arruina la reciclabilidad de algo totalmente reciclable.

El tratamiento de residuos está claro que no es todavía una política pública, es simplemente un tema que preocupa a la gente y un título atractivo en titulares. Esto hace que nadie se haga responsable de nada. Ni de cómo se asignan recursos, ni de qué tan exitosas son las propuestas o los proyectos. Porque, sólo por dar un ejemplo, mientras estos trabajos se justifican con la supuesta “suciedad” que generan las botellas de PET, hay empresas de reciclado de PET que cierran por falta de materia prima [25]. Por un lado, hay una riqueza potencial enorme desperdiciada, que hay que explotar, distribuir y regular. Por el otro, está repleto de acopios privados con trabajo informal y sumamente precario; basurales con trabajo infantil; cartoneros trabajando de sol a sol sin la más mínima garantía y como si fuera poco condiciones ambientales cada vez peores. En el medio, faltan políticas públicas serias y sostenidas. Hay mucha tela para cortar como para poner el foco político, mediático y científico en cómo se meten bolsitas adentro de una botella o cómo arruinar un ladrillo con plástico molido.



De alguna forma todos somos víctimas y victimarios de un sistema de toma de decisiones y de opinión muy complejo que vende con consignas atractivas y muchas veces sin fundamento. Si la problemática es urgente, más aún, habría que abordarla como una política pública sólida y no como una góndola con propuestas vacías.



[4] Consultas propias a varias empresas de Mar del Plata y Buenos Aires: Planta CURA (MdP), RecalbPlast (MdP), Recuperadora Marcelo (MdP), Reciclar S.A. (BsAs). Los precios fueron consultados desde 2014 hasta la fecha (2019). 
[7] The Vision Ecobrick Construction Guide - An introduction to the principles, theory and techniques of building your greenest visions with bottles and ecobricks - Enero del 2017
[8] Taaffe, Jonathan, et al. "Experimental characterisation of Polyethylene Terephthalate (PET) bottle Eco-bricks." Materials & Design 60 (2014): 50-56.
[9] http://russs.net/why-ecobrick/
[10] Kaiser, K., Schmid, M., & Schlummer, M. (2018). Recycling of polymer-based multilayer packaging: a review. Recycling, 3(1), 1.
[16] Pascuzzi, Nicolás Germán. Producción de hormigones alternativos mediante la reutilización de desechos urbanos. Diss. Universidad Nacional de Mar del Plata. Facultad de Ingeniería. Argentina, 2013.
[17] Saikia, N., & de Brito, J. (2014). Mechanical properties and abrasion behaviour of concrete containing shredded PET bottle waste as a partial substitution of natural aggregate. Construction and building materials, 52, 236-244.
[18] Babafemi, A. J., Šavija, B., Paul, S. C., & Anggraini, V. (2018). Engineering Properties of Concrete with Waste Recycled Plastic: A Review. Sustainability, 10(11), 3875.


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